sábado, 31 de diciembre de 2011

UN EXTERMINADOR DE INDIGENTES

La muerte del Rafles
Cuando Roberto Alejandre Hernández amaneció muerto y se supo bien quién era, muchos periodistas tapatíos lamentaron no haber sabido antes de su existencia. Para los vecinos de las calles Francisco de Ayza y Beatriz Hernández, al oriente de Guadalajara, el anciano de 87 años era ya parte de sus vidas. Hacía varios meses que llegara al barrio para pernoctar donde le era posible a su condición de vagabundo: cualquier rincón o espacio disponible de la calle.
Al principio, la gente lo miró con la indiferencia compasiva que suele despertar un hombre indefenso en el ocaso de los años. Poco a poco, y luego de enterarse de las fascinantes aventuras que en lejanas épocas y en distintas latitudes realizara el huésped que llegó para quedarse, el vecindario se encariñó con Roberto Alejandre, célebre ladrón a la alta escuela, maestro de la escapatoria y del disfraz, personaje de película, hombre de leyenda mejor conocido como El Rafles mexicano
Y es que los méritos de Alejandre no fueron pocos. Por donde se le vea, no podrá ser comparado nunca con los delincuentes vulgares o con los criminales que campean en la nota roja sembrando el pánico y la muerte por doquier. Su estilo y sus métodos, caracterizados por la elegancia y la distinción, le granjearon el apodo de El ladrón de levita; su modus operandi, que la universidad del delito puede sin ambages calificar como limpio, le valió su merecida fama.
Los cuantiosos y espectaculares robos cometidos en los que no utilizó para nada un arma de fuego[1] ni lesionó o mató a un ser humano, haciendo siempre gala de astucia en la eliminación de pistas, empleando con generosidad e imaginación los tantos y tantos recursos aprendidos desde su primera estancia en la prisión, fueron suficientes para que se le comparara con su antecesor, el singular y no menos legendario Rafles, protagonista que la radio cubana de los años 50 popularizara como El ladrón de las manos de seda, atrevido burlador de los polizontes de la Scotland Yard.
En los mejores momentos de su ejercicio profesional, Roberto Alejandre estuvo en la mira tanto de policías en nuestro país, como de los sabuesos de la Interpol, el FBI y la misma Scotland Yard. Por este solo hecho el discípulo mexicano rebasó con creces al mentor inglés, quien (en caso de haber existido) nunca llegó a ser un delincuente con trascendencia más allá de la patria de Lord Byron.
El objetivo de este trabajo impide la realización de la merecida biografía criminal de Alejandre Hernández, por lo que nos habremos de concretar a la mención de los datos que la prensa jalisciense consigna con motivo de su muerte.
El Rafles mexicano fue originario de Tequila, en el estado de Jalisco, donde nació el 9 de julio de 1901. Fue hijo de Mucio Alejandre y Modesta Hernández. La época precisa en que inicia sus actividades delictivas se desconoce. Según el propio ladrón lo relata, a muy temprana edad fue secuestrado por una banda de delincuentes que lo lleva consigo a los Estados Unidos. Es por eso que desde niño aprendió a robar.
Su primera detención fue realizada en la ciudad de México cuando cuenta con 19 años de edad. Es el año de 1920. Aunque Roberto ya ha cometido más de un robo de diversa monta, podemos afirmar que su carrera como delincuente se inicia en esas fechas, pues con motivo de la primera prisión en forma que padece, puede conocer a un prisionero alemán, con el que comparte celda y prolongadas charlas. Éste lo pone al tanto de los secretos de la escapatoria y recibe sus primeras lecciones sobre el arte del disfraz, aspectos que Alejandre pone en práctica y más tarde perfecciona.
El refinamiento delictivo, signo original que caracteriza al Rafles, tiene su punto de partida en aquellas épocas.
Alejandre, dueño de la sensibilidad y el talento necesarios para hacer de cada robo una obra de arte, no fue ajeno al aprendizaje y al sentir artístico. Fue un excelente fotógrafo, y en pintura logró realizar algunos óleos y no pocas acuarelas. En más de una ocasión tuvo el propósito de montar un taller para desempeñarse en el oficio de la cámara y el caballete, pero la fatalidad se lo impidió.
Luego de abandonar la prisión de las Islas Marías, donde permaneció por nueve años, El Rafles pensó en poner su negocito. Lo hubiera hecho, pero la mala suerte quiso que en un hotel de la ciudad de México donde se hallaba hospedado, dos policías lo extorsionaran, despojándolo de los ahorros acumulados en la prisión del Pacífico mexicano.
Como dijimos, en su momento El Rafles fue una pieza codiciada tanto para las policías de Francia e Inglaterra, como para las de los Estados Unidos y de México. En todas estas naciones protagoniza robos de elevada cuantía, cometidos con astucia y delicadeza.
Alejandre Hernández conoció las prisiones de Norteamérica y las mexicanas.
Un 15 de julio de 1945 fue detenido en el centro de Guadalajara. Lo delató su nerviosismo. Luego del interrogatorio queda en claro que es un ladrón, pues a más de toda una serie de herramientas y artefactos propios para abrir cerraduras, trae consigo alhajas y objetos robados; porta también moneda nacional y dólares en cantidades considerables. Una buena parte de las joyas encontradas en su portafolio las sustrae de la habitación número 9 del hotel Francés, donde se hospedaba María Conesa, la famosísima Gatita blanca.
El 19 de mayo de 1949, hábilmente disfrazado de mujer, El Rafles escapó del Penal de Oblatos por la puerta principal. Varias horas después de la fuga, los custodios notaron la ausencia del preso. Se supo que Ricardo Bernal, un niño de 11 años, le lleva la ropa hasta el interior de su celda. Tanto los celadores Santiago Rueda, José Luis Gutiérrez y Rufino Sandoval, como el menor, son sometidos a proceso acusados de complicidad. La peluca color castaño que utilizó en esta ocasión, junto con otros adminículos propios para la maniobra evasora, permanecieron dentro del portafolio que le fue encontrado a Roberto Alejandre en su lecho de muerte.
No fue esa la única fuga del Rafles. Años atrás, cuando El ladrón de levita era aún joven, logró escapar a la custodia de dos agentes en la ciudad de México. Con el pretexto de que ser la hora de la comida, convenció a los policías para acompañarlo a la casa de huéspedes Maeva, a disfrutar juntos un excelente platillo. El mayor argumento para ablandar la convicción de los guardianes es que El Rafles se había comprometido a pagar la cuenta. En la sobremesa, y con el pretexto de ir al baño, desapareció por la escalera de los incendios.
A pesar de que El Rafles contemplaba todos los detalles, ganando fama de sereno y previsor, dos detenciones evidencian sus debilidades. Una de ellas es el miedo (como dijimos antes, por mostrar su inquietud es aprehendido en la capital de Jalisco). La otra es la comida de las fondas y los puestos callejeros. Un día de 1968, vencido por la nostalgia de un buen plato con sabor casero, es atrapado en el mercado Libertad de Guadalajara. Después comentaría con tristeza: mi gran error fue haber ido a tomar un caldo de pescado a San Juan de Dios; si hubiera elegido un gran hotel, jamás me hubieran detenido.
Es justamente en los grandes hoteles de Guadalajara y del Distrito Federal donde Alejandre realizó la mayor parte de sus hazañas. La táctica consistía en hospedarse ostentándose como un gran señor; para obtener la llave maestra luego y desvalijar a cuanto huésped le era posible. Luego de los atracos, se daba a la fuga disfrazándose siempre de manera diferente. Con esto resultaba difícil que dos testigos coincidieran en la descripción de sus características.
Hacía años (no sabemos cuántos) que Roberto había abandonado sus prácticas delictivas, sus aventuras internacionales y sus escapatorias espectaculares. La forma en que vivió los últimos años de su existencia revela a las claras que fue un despilfarrador. Aunque su estado de miseria pudo deberse también a que no contó con lo que se llama “espíritu empresarial” o habilidades de inversionista. ¿O sería que El Rafles tenía “alma de poeta”, como dijera Juan José Arreola refiriéndose a lo inútil de su padre para los negocios? Quién lo sabe.
Aún cuando El Rafles robó sin ton ni son, evidenciando una destreza que se antoja envidiable, no permitió que alguna dama robara su corazón. Atrapado en distintas ocasiones, no tiene la suerte o la debilidad de caer en las rejas de la prisión matrimonial. No. Roberto Alejandre permanece soltero hasta el momento mismo de su muerte.
Según memorias de Alejandro Silva, un pariente suyo que fue director de El Chile —pasquín combativo, alburero y come-curas de los años 50—y nuestro personaje se hacen amigos en el Penal de Oblatos. Los modales finos de Alejandre, a la sazón propietario de un modesto negocio de comidas para los presos, despiertan la simpatía del intrépido periodista, quien decide protegerlo en el hostil ambiente de la cárcel. Silva recuerda los comentarios que, ya en libertad, su familiar le hiciera convencido: —El Rafles era homosexual.
Retirado de la actividad delictiva, y rodeado de una fama bien ganada pero inevitable, El Rafles desempeñó, entre otros trabajos, el de mesero en un restaurante de Chapala, así como el de cobrador para una mueblería de la calle 34 en el sector Libertad de Guadalajara.
Pocos años antes de caer en la indigencia, Alejandre Hernández fue un asiduo visitante del café San Remo, a unos pasos del mercado Corona, en la capital de Jalisco. Parte del anecdotario de ese lugar, y un plus de la bebida aromática servida en tasas rotuladas a nombre de cada cliente, es el recuerdo del Rafles en la memoria de la dueña.

Una madrugada de marzo llegó el fin para El Rafles mexicano, cuando un desconocido le disparó un tiro en la cabeza. Al día siguiente, en la sección de policía, El Occidental publicó: Matan a tiros a indefenso septuagenario. En el texto de la nota se leía: a eso de las tres de la mañana de ayer, algunas personas escucharon una detonación, y a pesar de que se asomaron a la calle, nada extraño vieron, por lo que volvieron a dormir, para darse cuenta por la mañana que el anciano estaba muerto, con una perforación en el cráneo. La bala utilizada para asesinarlo no era una sorpresa para la policía: se trataba de un proyectil 7.65, poco usual en las armas más conocidas, pero bastante familiar para los investigadores de la Procuraduría y los periodistas de la nota roja en Jalisco.
Roberto Alejandre Hernández es el tercer indigente eliminado de esa manera y con una bala del calibre mencionado. Por la característica común a todas sus víctimas hasta esos momentos, algunos comunicadores (sobre todo en la radio de Guadalajara) empiezan a identificarlo con el adjetivo de El Mata-indigentes. Por su parte, la revista Archivo Policíaco, en atención al arma empleada por el criminal, y por la evidente obsesión aniquiladora, lo calificó como El maniático 7.65.

Las acciones del exterminador
Todo comenzó dos meses atrás, cuando José Luis Gómez Sandoval —primera víctima atribuida al homicida— es encontrado muerto el 17 de enero de 1989. El conductor de una ambulancia conducía tranquilamente por la calle Juan Manuel, en el primer cuadro de Guadalajara. A unos metros de su vehículo se desplazaba un autobús urbano. El chofer de la ambulancia ve con claridad que desde el camión en marcha es lanzado hacia la calle el cuerpo de un hombre. Se detiene a revisar a quien considera herido y puede constatar que ya muy poco puede hacer: el sujeto esta muerto. En su cabeza se apreciaba el típico orificio provocado por el disparo de un arma de fuego.
Según se pudo comprobar más adelante, el calibre utilizado por el arma homicida corresponde a la graduación 7.65, como dijimos poco usual, pues la pistola que lo requiere (conocida también como calibre .32) está en desuso. Ese es uno de los factores que alimentaron la idea de que existió una originalidad en el asesino, la cual impidió arribar al esclarecimiento de los hechos, pero sí a un inagotable caudal de especulaciones y supuestos, caudal en el que navegaron tanto los titulares de las corporaciones policíacas como los periodistas de la nota roja.
Y de ahí pa’l Real; el asesino empieza a despacharse al gusto y sin preocupaciones. La vida, el mayor de los bienes jurídicos que protegen las leyes penales, es destruido y pisoteado en varias personas que se caracterizaron por la indigencia, o por tener una apariencia o actividades que los identifican con pordioseros y vagabundos.
He aquí la cronología de las hazañas del tristemente célebre Mata-indigentes, ocurridas todas ellas en 1989:
Domingo 17 de enero. Homicidio de José Luis Gómez Sandoval. Edad: 30 años. Tal y como lo describimos anteriormente, su cadáver es arrojado frente al número 126 de la calle Juan Manuel, a unas cuadras del Parque Morelos.
Miércoles 22 de febrero. También por la calle Juan Manuel es encontrado sin vida Francisco Ibarra Ontiveros, de 65 años de edad. En su edición del sábado 25 de ese mes, El Occidental publica: Hallan un desconocido muerto de un balazo. …A cuadra y media de la Cruz Roja ocurrió el crimen, según se logró saber. (...) Consigo, el infortunado individuo llevaba un libro cuyo título es ‘Años de Perro’, dentro de la bolsa de plástico donde cargaba otros documentos.
Jueves 9 de marzo. Amanece muerto El Rafles mexicano. Entre los vecinos del barrio donde habitara el último año y medio de su vida es conocido como Don Vicente, seguramente porque el ladrón en sus mejores tiempos se hizo llamar también “Vicente Alejandre”. Vecinos del lugar declaran a la prensa que no se explicaban la muerte del anciano, quien siempre se comportó muy decente con todos. Alguien recordó que poco antes de morir, don Vicente trepaba por los árboles como un chango, evidenciando con ello que no perdió jamás la condición física desarrollada en su juventud. Sin temor a la duda esta es la víctima más célebre del criminal, al grado que, a partir de este momento, es identificado también como El asesino del Rafles.
Lunes 13 de marzo. En el cruce de las avenidas Yaquis y México es encontrado el cadáver de una persona no identificada. Se trata de un indigente que sobrevivía aprovechando lo que le era posible en los basureros de la ciudad. (Oficio: “pepenador”). Luego de este homicidio, y tomando en cuenta los cuatro rasgos comunes a estos casos: calibre de los proyectiles, disparo en la cabeza, indigencia de los victimados y nocturnidad de los crímenes, se abre por fin la investigación policíaca.
Lunes 20 de marzo. Este día el asesino, rompiendo la regla anterior, pretendió cobrar dos víctimas en una sola noche. La primera, un desconocido de aproximadamente 25 años, que por su aspecto no podía ser considerado indigente. Los medios de comunicación manejan la especie de que esta persona pudo haber tenido alguna dificultad o haberse enfrentado con el asesino y que esto provocó finalmente su muerte. La segunda víctima es Francisco González Robles, humilde vendedor de dulces y cigarros. Edad: 56 años. Mientras pasaba la noche durmiendo frente al número 19 de la calle Medrano recibe un disparo. Para su fortuna el impacto es insignificante, pues no llegó a afectarle más que el cuero cabelludo. Francisco González es el único sobreviviente del homicida.
Jueves 23 de marzo. Al dirigirse a su domicilio en el fraccionamiento Camino Real, Salvador Mendoza Vargas, anciano de 79 años, es asesinado de un balazo en la cabeza. Rompiendo de nuevo una de las reglas, el homicidio se comete a plena luz del día. Tampoco en este caso se trata de un indigente, pues Salvador Mendoza no sólo vive en condiciones aceptables, sino que incluso desarrolla actividades filantrópicas. Regresaba a casa luego de realizar algunas compras.
Lunes 27 de marzo. Otro indigente sin datos de identificación y de una edad cercana a los 40 años, es la octava víctima del asesino. En un poste cercano al sitio donde yace el cadáver hay un letrero en el que se lee: está muerto. Una flecha dibujada apuntaba hacia el cuerpo, que se localiza en un lote baldío de la avenida Vallarta 5277.
Miércoles 29 de marzo. Con un balazo en la nuca aparece un indigente más. Se le encuentra en los cruces de la avenida Vallarta con Inglaterra. Como el anterior, no hay en este caso dato alguno que permita su identificación. Algunos testigos declaran que el criminal es un individuo joven, el cual se da a la fuga en un Volk's Wagen de color azul.
Jueves 30 de marzo. Con esta fecha termina el número de víctimas oficialmente atribuidas al Mata-indigentes. En las cercanías de una escuela en la colonia La Estancia, al poniente de Guadalajara, es encontrado el cuerpo sin vida de Bardomiano Sánchez Escobar, velador de 69 años de edad. Este caso se distingue por el hecho de que el agresor dispara a quemarropa y por varias ocasiones en contra de su víctima.
Rodolfo Chávez Calderón escribe: Los médicos dijeron luego, cuando revisaron el cuerpo para clasificar sus lesiones, que el cadáver presenta seis impactos de bala, o sea que el malhechor debe conocer plenamente el manejo de las armas, ya que según parece disparó la pistola desde una distancia aproximada a los cuatro metros. (El Occidental, sábado 10 de abril.) Para evidenciar la saña del asesino, un pie de foto aparecido en Archivo Policíaco reza así: Antes de morir, el velador caminó unos metros y fue a caer a un lote baldío, donde el criminal le dio el tiro de gracia en la cabeza.
En las nueve semanas que El Mata-indigentes cometió los nueve homicidios enlistados (hay quien señala que fueron doce), y durante muchos días posteriores a los hechos, la ciudadanía vive en una extraña zozobra. Los titulares de la prensa indican que más de tres mil policías de todo tipo se encontraban en alerta. El martes 4 de abril trascendió que la policía judicial solicita el auxilio de la XV Zona Militar.
Cuando todas las policías de la capital de Jalisco y sus alrededores resultaron incapaces para aprehender al exterminador de indigentes, se optó por acuartelar a cuantos fuera posible en diferentes asilos de la zona metropolitana de Guadalajara, lo que provoca molestia y enojo en muchos huéspedes de la calle, quienes ni por asomo se enteraban que sus vidas estuvieran amenazadas. Tan sólo el jueves 30 de marzo, 91 indigentes son conducidos a distintos albergues.
Los responsables de las policías asignadas al caso empiezan a pasarla mal. Un día sí y otro también quedó claro que no se tenía ninguna pista auténtica, ni resultados satisfactorios para dar con el asesino. A pesar de que se detiene para su investigación a un promedio de diez sospechosos por día, los crímenes siguen sucediendo sin que el autor de los mismos sea localizado y sometido a proceso. En un arranque sensacionalista, quizá con toda la intención de tranquilizar a la ciudadanía, la Procuraduría declaró ante la prensa que el asesino ya  estaba a su disposición, pero el sospechoso fue puesto en libertad al constatar que los crímenes continuaban en distintas zonas oscuras de nuestra ciudad.
De buenas a primeras, el criminal deja de actuar tal como empieza: cuando él lo decide.

¿Y qué quedó en claro?
Poco a poco se cerró el capítulo de los crímenes más extraños y desconcertantes de que se tuviera noticia en toda la historia de Guadalajara. A la distancia de los años, nos atrevemos a aventurar las siguientes conclusiones del nunca resuelto caso de El Mata-indigentes:[2]

1
El responsable de los homicidios no era un individuo cuyas obsesiones fueran del todo incontrolables, pues es sabido que los enfermos mentales afectados por algún padecimiento o fijación de esta naturaleza, suelen continuar en el desarrollo de sus actividades hasta ser descubiertos. Aún cuando en este caso el homicida manifiesta varios aspectos que apuntan a un carácter irritable y altamente peligroso —específicamente en el caso del joven de 25 años, que abre pauta al supuesto de una riña o venganza directa—, el modo en que finaliza esta historia nos da la impresión de que el criminal suspende sus jornadas de exterminio por propia iniciativa y voluntad, calculando con toda certeza que podía ser detenido de un momento a otro.
2
El hecho de que en su primer homicidio utilizara un camión de transporte urbano para trasladar a su víctima, permite plantear algunas situaciones posibles. La más directa es que contara con un cómplice en la realización de ese crimen cuando menos, pues según el dicho del conductor de la ambulancia que puede observarlo, el camión se mantuvo siempre en marcha... ¿Una persona conducía y la otra arroja el cuerpo hacia la calle?
3
Por su nivel social El Mata-indigentes pudo haber pertenecido a la clase obrera. La afirmación se sostiene con base en que, bien por su ocupación o bien por sus relaciones más cercanas, el asesino conocía algún chofer de autobús urbano, o quizá él mismo lo era. Por otra parte, uno de los escasos datos que se aportan para el establecimiento de pistas en la investigación, es que el homicida conducía un Volk’s Wagen de color azul. En esta marca de autos, cuando no se indica expresamente el tipo, asumimos que se trata de un Sedan. Esta situación refuerza la aseveración de que el criminal pertenece al proletariado o, cuando mucho, a la clase media baja, dado que estos vehículos se encuentran entre los más económicos del mercado.
4
El tipo de víctima seleccionada (indigentes en su mayoría), más el hecho de que no se reportara evidencia alguna de desaparición de pertenencias, elimina el móvil del robo como objetivo final de las acciones. Si también hemos descartado que el responsable haya pertenecido a una clase social alta, estableceremos el supuesto de que por su origen el asesino pudo haber procedido del lumpen; que posiblemente se haya criado entre pordioseros y vagabundos; que en esas experiencias —las que adivinamos nada gratas— pudo habérsele fincado un terrible daño o fuerte humillación, al grado de alimentar rencor y afán de venganza contra los desclasados, pretendiendo borrar su punto de partida con la eliminación de la basura social.
5
Si nos atenemos a los planteamientos desarrollados en las conclusiones 2, 3 y 4, podemos afirmar que el empleo de la pistola calibre 7.65 no obedece a ningún propósito consciente de singularidad, sino que muy probablemente es la única con la que contara. Debemos tener presente que la idea de originalidad en los individuos —incluidos los delincuentes— suele plantear la pretensión de fama y la búsqueda de reconocimiento. En este caso, el ejecutor oculta en todo momento su identidad. Podemos acentuar la hipótesis de que el asesino es un hombre de costumbres más bien prácticas que originales.
 6
Los elementos policacos que se hacen cargo de la investigación y la búsqueda del responsable lucen más carencias que virtudes. Afloran a cada paso la impreparación y la falta de entrenamiento a niveles aceptables. La pericia, la sagacidad y la coordinación brillan por su ausencia. Tanto para los uniformados guardianes del orden como para la policía judicial, queda claro que no es lo mismo desplumar trasnochados, extorsionar incautos y patear borrachos, que enfrentar a un criminal con más inteligencia calculadora que todas las corporaciones policíacas juntas, con sus jefes incluidos. La ineptitud evidenciada en este caso fue tal, que muchos torturadores suspiraron por el tenebroso Servicio Secreto, lamentándose que el mismo hubiera desaparecido[3].

Estamos seguros que la triste realidad de la ineptitud policíaca —unida a la desafortunada ausencia entre las propias filas de los investigadores, de un rastreador igualmente obsesivo y agudo en la persecución de su antagonista— contribuyó a que los crímenes cometidos se antojaran misteriosos, y que el exterminador haya sido calificado como diabólico…
En efecto, el Diablo sabe muy bien a quién se le aparece.











[1] En 1926, en Los Ángeles, California, El Rafles disparó contra un policía sin llegar a herirlo. Él mismo recodaría más tarde esta excepción como un “error de juventud”.

[2] Extraoficialmente, se manejaron dos versiones sobre el final del Mata-indigentes:
     Una de ellas señala que el asesino pertenecía al ejército mexicano; que habiendo sido capturado por un grupo de la Policía Investigadora, fue entregado a la XV Zona Militar, donde habría sido “eliminado” en el mayor de los sigilos.
     La otra, difundida por la radio jalisciense, establece que el exterminador fue muerto en una ciudad norteamericana. Llevaba en su lista dos o tres homicidios de indigentes. Sin embargo,  con excepción de las similitudes en las víctimas, no se estableció con certeza que el asesino haya sido el mismo en ambos países.

[3] En 1947 se dispuso que la Comisión de Investigciones del municipio tapatío se transformara en Servicio Secreto. Con el paso de los años, y debido a la amplia gama de atribuciones con que las contaba, así como la impunidad con la que actuaban sus agentes, el Servicio Secreto se convirtió en una pesadilla para muchos ciudadanos tapatíos. Su terrible fama valió a la corporación, entre otros, estos apelativos: Servicio Secuestro y Policía Maldita.